sábado, 18 de julio de 2015

DE PENSIONES y SUELDOS



39/2015
SER DIOS. 6/2015

 

 (Con cargo al Erario Público)


      En este Lugar donde ahora huelgo no existe Ley de Incompatibilidades (como en la política de mi País) ni la dedicación exclusiva, (como en el matrimonio de mi País), así que suelo en mis ratos de holganza darme una vuelta por mi Despacho en la Tierra para no perder entrenamiento en lo de las leguleyerías.

        Estaba yo esta tarde sentadica en mi sillón, reflexionando sobre lo desgastado que está ya el pobre por el uso, y por la falta de presupuesto para lo del tapicero. Y es que esto de vivir de una pensión es peor que soñar cada noche con la señora esa, a la que mientan por la gracia de Ángela Merkel, y que anda la criatura algo entrada en carnes como salida en recortes de lo ajeno,.

        No es que me preocupe ya en demasía lo del sillón de mi Despacho en la Tierra, teniendo como tengo ahora en mi actual Paraíso compartido, aunque sea por “accesio proprio”, un trono que ni en mis mejores sueños soñé tener. Pero, con estas reminiscencias de códigos y de jurisprudencias, y con estas visitas extemporáneas a mi Despacho, tentada estoy muchas veces de apuntarme a “LosIndignados” y pedirles el cargo de Protestadora Oficial. (Eso sí: liberada; que la dignidad es la dignidad).

Pues lo dicho: que, entre mirar las escorchones del sillón, acordarme de que me vencen varios recibos extra, y que la paga extra se la ha merendado enteriquitica la declaración de la renta de este año, se me ha reavivado la conciencia social, y me he echado yo a pensar en mi nueva condición de “diosEsa”, y en la manera en la que podría usar mis nuevos poderes para conseguir un cambio en condiciones para los –digamos- entrados en años.

De repente, me he acordado yo de un viejo colega mío del que me gusta presumir; un tal  Maximilian Carl Emil Weber que sabía tanto de leyes, de economía y de arrodearles las intenciones a los más cerriles que hasta escribió un libro –creo que “Sociología de la comunidad”-, donde decía algo así como que “el poder es la probabilidad de que un actor, dentro de un sistema social, esté en posición de realizar su propio deseo a pesar de las resistencias”.

“¿Estaré yo en condiciones de realizar mi propio deseo a pesar de las resistencias de un tal Montoro en España y una cual Merkel en Alemania?” –Me he preguntado.

Por mi Pueblo, cuando alguien se asusta en cuanto se le viene al caletre una idea, se dice que “se le encoge o se le engurruñe el ombligo”. Tengo que confesar que, en cuanto he vislumbrado la posibilidad de utilizar mi condición de “diosEsa” para hacer mi santa voluntad en lo de las pensiones, se me ha puesto el ombligo del tamaño del microbio del garrotillo, y la garganta como si el garrotillo ya estuviera haciendo estragos en ella.

Y es que, hasta ahora, nadie podrá decir de una servidora que ha ido por la vida aparentando ser algo así como un Cardenal Nepote –o cardenala. Como quieran-. Así que no utilizaré mis poderes divinos para lo de las pensiones; pero tampoco voy a dejarlo de lado como si nada. En tales reflexiones, se me ha ocurrido que lo que sí podría hacer es un maridaje entre lo de Abogada y diosEsa, dirigiéndome al Consejo de Estado para que me emita Dictamen sobre una sola pregunta que me pienso yo que no es tan difícil de contestar, y daría para tapizar muchos sillones desgastado por el uso ininterrumpido.


LA PREGUNTA ES ÉSTA:



        Si por Ley, no se puede superar LA PENSIÓN MÁXIMA con cargo al ERARIO PÚBLICO, ¿…se podría rebajar por Ley el SUELDO MÁXIMO que deba pagarse con cargo al ERARIO PÚBLICO?


Seguro que me contestan.

Porque, ¿no dice en SU web que la función  principal del Consejo de Estado es la de “emitir dictámenes a petición de la autoridad consultante”?

Y ¿acaso una servidora no es una AUTORIDAD  (por lo de “diosEsa”), y CONSULTANTE porque no hay quien entienda nada en lo que hace a sueldos y pensiones?

Pues eso…

Pues eso, que yo me vuelvo al Cielo, no sea que, por meterme donde nadie me llama, los que verdaderamente tienen el poder me manden una inspección y me saquen los higadillos.



En “CasaChina”.
En un ¡18 de Julio de muchos años después!


EL SEXO DE LOS ÁNGELES (Incidente Cuarto 2005)



4/2005

 “…Porque sé que cada día que paso lejos de ti
 es un día menos para estar cerca…
XABIER 2005        
 
 

       Viniendo como vengo de pueblo, donde parece que amanece para todos por el mismo sitio, por detrás de la Serrezuela, y no para cada uno por encima de su propio tejado como en las capitales, mi talento y mis enseñanzas son rústicos, campechanos y sin complicaciones.
Por poner un ejemplo, yo nunca distinguí muy bien entre “libre” y “libertario”. ¡Qué le vamos a hacer!  Siempre tuve mis dudas sobre ambos decires porque, a fin de cuentas, no tuvo una ni la inteligencia de Bakunin, ni el resentimiento de Kropotkin, ni el tiempo preciso para recrearse en destrucciones iconoclastas ‑sería que mi destino me estaba preparando para arrodear y hacerle cerco a persecuciones impías-.
Puedo jurar sobre “Mi-Libro-Sagrado” (que no voy a decir cuál es para no meter cizaña) que jamás de los jamases me  entraron nunca querencias tontorronas de igualitarismos homogeneizantes.
Porque, eso de que todos somos iguales…, con permiso de la Belisaria, tan igualitarísima ella, sí, pero menos.
        Lo que pasa es que tuvo que pasar lo que pasó para enterarme, tarde y mal, de las fatales consecuencias de mi imprevisión sobre la envidia igualitaria[1].
        Lo mío de aquel día fue puritita buena fe –lo cual no es extraño en un mundo de dioSes tontorrucios como yo-. 

 
Fue el día que decidí hacer a todos iguales por decreto, siquiera fuera al sur del ombligo.

Semejante día pudo costarme el puesto al que tan sandungueramente había trepado.
        Y es que lo de ser diosEsa no ha mejorado esta poquedad cerebral mía, y cada vez se hacen más presentes mis rústicas querencias, como comprobarán por lo que les contaré sobre mi ocurrencia de imponer libertades por decreto, como si las libertades de los “bajos fondos” fueran lotes de tierra a repartir por partes iguales, entre campesinos y no campesinos, y como si el personal fuera tan parejo entre sí que a todiquiticos se les diera bien lo de plantar berenjenas. ¡…!

        (Por cierto: tengo que recordar que no se me olvide apuntar en mi libreta anti-alzhéimer el aclararle al Excedente lo que es “meterse en un berenjenal[2]” p’a que se muera de risa).

        ¡Bueno está! Apuntado. Volvamos a lo de las igualdades.
Resulta ser que, recordando los escozores y menesteres carnales que una servidora tuvo que aguantar en su condición humana, con aquello de la santidad y la virtud en la mujer y los descalabros de desgarrón de himen sin previo himeneo, tomé otra más de mis decisiones “divinas”:
Decretar la libertad sexual entre mis santos pobladores.
Quiero anticipar que, aunque a primera vista no lo parezca, no es una de obrar a tontas y a locas. Por eso mismo, antes de pegar los pasquines por las esquinas del cielo, hice mis cuentas y me dije: ¡vamos a ver! Ya sé que, en cuestiones jocundas, puede haber mucho desmadre. Pero hay lugares y lugares. ¿Acaso no somos santos todos los que aquí estamos? ¿Acaso puede armarse una jarana entre gentes que han llegado por méritos propios al mismísimo cielo? Y, siendo así:


 
¡Acaso es justo que sigan existiendo todavía tabúes y privaciones tan pasadas de moda entre el personal…!

“¡El amor es el amor!” –Me dije mientras echaba esos cálculos- “Vamos a ver si le damos cuerda de una puñetera vez al reloj de los gusticos como si fuera un potrillo sin montura”.
        Ustedes que me conocen sabrán disculparme alguna aclaración. Para llegar a ser diosEsa, además de proponérmelo y reclamárselo cara a cara al Titular, hay que ser un poco ignorante. O un mucho…
¡Porque se necesita ser una ceporra para andar legislando con encandilmientos de amor “divino”, teniéndole como le tengo semejante ojeriza a tanto hijo de Satanás –con perdón- como he tenido a bien engendrar a mis pechos!

(¿O fue mi Antecesor el que los hizo?)
¡Ay, que esta manía mía de posesionarme de culpas ajenas me va a hacer terminar en manos de cualquier loquero…!
Claro que si el loquero está bueno y esas cosas…

Aunque… siendo diosEsa…

        Pero, vamos a lo que vamos.

        Pues, como les decía: que llamé a uno de mis innumerables Escribas, cuyo nombre no hace al caso, y le dicté el bando:

        “Queda abolida la abolición. Se prohíbe hacer caso de lo prohibido. Desde la entrada en vigor de este Decreto, se declara la total y absoluta libertad sexual dentro del territorio.
DISPOSICIÓN DEROGATORIA: En este Paraíso queda derogado el sexto Mandamiento.

        ¡Y se armó!
¡Nunca lo hubiera hecho!
        No señor, no. No me confundan conceptos, ni se me echen a santiguarse imaginándose guarrerías. Porque no pasó nada de lo que se figuran.
Aquello no fue, precisamente, ni Sodoma, ni Gomorra, ni Lesbos, ¡ni puñetas!

Lo que sucedió es que el personal, en lugar de ponerse a “hacer” se puso a “decir” como pasa siempre.
Y aquello fue Troya, Lepanto, Catalañazor y Normandía juntos. Aquello…Aquello… Aquello tuvo el efecto de Hiroshima y Nagasaki… Aquello, de repente, dejó de ser el paraíso de una diosEsa con alma de palomino para convertirse en algo muy semejante a la Tierra de los Hombres…

¡Y todo en nombre del amor!
¡Bendito sea Dios!
(¡Ya estamos con el Mismo…!)
       
Me explico.
        No sé si les he dicho que en este Lugar -como en cualquier otro; vamos a no engañarnos- las noticias se corren como grasa añeja sobre papel de estraza sin necesidad de “programas basura”. Eso sí: las intrigas tienen un halo sagrado bendecido por el sindicato de Monseñores retirados. Pero ahí están, con su pequeña carga de miserias. Con lo cual, comprenderán que, antes de pegar el segundo cartel, empezó a oírse por todo el Paraíso el sordo rumor de la tormenta que yo, en mi simpleza, confundí con fragores verbeneros.
        La primera en llegar fue la Comisión de “HombresCastos”: (clérigos, abates, prestes, eremitas, ermitaños, anacoretas, eunucos, misóginos y…
Y…
¿Y A que no saben quién más?
        ¡Pues monjitas!
Tal cual.
Como se lo digo.
Sólo que ya se sabe que entre la gente conservadora y mesurada, no iban a ponerse a la trabajera de mentar en sus Estatutos lo evidente:
Que la mujer, bien a pesar de algunos, existe sin que sea preciso andar mentándola y teniéndola presente a cada paso.
Porque, ¿cómo lo verían ustedes?:

 Hombres-y-Mujeres”
“Castos-y-Castas”
“Hombros-y-Hombras”
“Mujeres-y-Mujeras”

¿Ven? Demasiada mandanga –dicen ellos cargándose de razón semántica; aunque yo tengo mis dudas; porque la fe en hombres y dioses, -¿qué quieren que les diga?- nunca fue mi fuerte
Pues, como les iba diciendo, iban llegando las Comisiones (y Comisionas) de damnificados-y-damnificadas por mi último Decreto, y se pusieron a soltar por sus bocas (¿y bocos?).
        -Mira, dios, que venimos a decirte que no es justo…
        -¡Alto ahí! –los atajé antes de que le fueran con el cuento de mi tolerancia varonil a la Belisaria; ya saben, la jefa de las feministas cerriles-. Para dirigiros a una servidora, utilizad el tratamiento, o clausuro la sesión:
¡diosEsa! Como Dios manda.
       
        -¿Qué Dios manda eso?
       
        -¡Bueno! Lo mando yo y va que chuta. (Tengo para mí que estaba otra vez haciéndome un lío como siempre que tengo que enfrentarme con barullerías; pero seguí tratando de engolar la voz):

        -¿Se puede saber qué es lo que no es justo?

-Lo de los nuevos libertinajes que has decretado por tu cuenta sin tenernos en cuenta, –dijeron a coro con voces que me sonaron chillonas, gazmoñas, mojigatas y, sobre todo, redundantes.

-¿Qué no es justo que os dé libertades? ¡Vamos, anda!, ‑respondí desdeñosamente, creyendo que el asunto era pura pose de sacristía, envidias de matronas (y matrones) venidas a menos y beaterías de sotana (y de sotano) mal llevadas.
-¡Pues no, NOO ES JUSTO! (¡Qué pesadez! Pero a estas, estos y “estes” me los meriendo con gachamiga).
 –A ver, ¡A VER! ¿No iréis a decirme que nunca habéis tenido apretoncillos por esas latitudes, eh…? El que esté libre de culpa, que levante la mano, sabiendo que aquí las mentiras se descubren a la primera. –Mientras les decía tales picardías les guiñé un ojo a ver si nos congraciábamos.

        -No, si querencia… -Decían unos y otros mirándose de soslayo- …Para qué vamos a negarlo ante semejante detector de mentiras. Pero lo de esos libertinajes no es justo. Porque…, porque, sexo, sexo…, lo que se dice sexo…

-¿Ya empezamos con remilgos?

-No, diosEsa… si lo que queremos es que comprendas que…

Según parlamentábamos, se iba amontonando cada vez más personal. Y ya saben cómo me acongojan a mí los gentíos en plan protesta.

-¡Vaya: te lo vamos a decir claro! –Dijo el más lanzadillo-. Que está muy bien lo de alzarle el veto a la jodienda; que ya iba siendo hora… Pero que estamos hasta… de la perversidad de los diosEs.

-¿Pero, a ti qué te pasa? –Me indigné con el desvergonzado- ¿Qué no puedes hablar sin mentar “eso”? 

-¡Precisamente! Porque “eso”, diosEsa,  no funciona sin carne mortal. Y resulta que, antes de venir aquí, vosotros, los diosEs, nos “liberasteis” de semejante cargamento para poder entrar en la fiesta. ¡Ya nos dirás cómo… triqui-triqui…!

        -¡Hombre, pues… visto así…!, -titubeé, aunque sin tiempo para recomponerme y buscar una salida; porque, de repente, la cosa empezaba a complicarse más de lo que estaba antes de lo de las libertades por decreto.
En esto que, sin saber de dónde salía, se adelantó y entró en escena un Angelillo de aspecto miserable y gesto retorcido, azuzando el ambiente:

        -¡Lo mismo digo yo!, –chilló-. No es que me rebele contra ti, diosEsa; ¡líbreme Dios!, –dijo con tanta mala fe -¡qué cosas!- como ladina cautela, recordando anteriores expulsiones luciferinas-. Pero, y nosotros ¿qué…?

        -¿Vosotros qué, de qué…? -repetí tontamente, mientras mi vista se dirigía allí dónde el alado apuntaba provocativamente señalándose las carencias de atributos de pescuezo para abajo.

        -Sí, ¡nosotros! Los que NUNCA hemos tenido la oportunidad de elegir o renunciar a la follenda por falta de material… ¿NOSOTROS, QUÉ?

        -Sí, eso: ¿Nosotros qué? ¡Y cómo! –chilló rabioso un querubín rubio como un amante terrenal.

        -¿Que cómo…, que cómo qué…? –me oí decir como una idiota que intenta ganar tiempo cuando el tiempo hace ya tiempo se me fue entre los dedos
 
        Por si no lo saben, estos “EspíritusPurosBienaventurados”, ‑castos de nacimiento por más señas como vírgenes negras suturadas-, están organizados en Coros ordinales: primer coro, segundo coro, etc. Y, aprovechando semejante condición, allí se armó la de Dios-es-Cristo que, como habrán comprendido a estas alturas, ambos Dos están presentes en todas partes como Auténticos que son en dinastía, cuando de armar el orfeón celestial se trata.
        La algarabía tuvo ecos cercanos a la rotura de la barrera del sonido.
        Traté de pensar con la mayor rapidez mental que las limitaciones de diosEsa-de-medio-pelo me otorgaban, mientras la bulla tomaba tintes de índigas miserias.
        ¿Cómo les explico yo a estos lo que hay que hacer -me preguntaba- cuando hay ganas pero no hay material…?
Lo que me faltaba era información, engrase y adiestramiento. A fin de cuentas, yo era de la época que era… Y la memoria, para estos menesteres, es frágil cuando ha de recorrer tan larguísimos caminos.
        Quizá, si me asesoraba de alguien mejor situado y sin complejos… Pero, haciendo un repaso, en el Cielo no tenía yo a mano sino tres, ‑solamente TRES- que pudieran hablarme con conocimiento de las donosuras de la carne y de la templanza que su adecuada usanza proporciona.
        ¡Y los tres estaban fuera de programa!
        “Ascensión” y “Asunción”, aunque sin carencias materiales, eran conceptos que me causaban el suficiente respeto-pánico como para no querer meterme en nuevos berenjenales inmiscuyéndolos en semejantes humanidades.
        El otro que no se había desprendido de sus carnes, antes de arrebatarse de la Tierra, mi pobre Elías, hacía tiempo ya que había perdido la cabeza. Andaba correteando al fondo del bosque de bambú del Paraíso, a mandoble batiente contra las cañas, obsesionado como estaba el angelico con abandonar imaginarios vientres de ballenas ya inexistentes, abriéndose camino entre las verdes dentaduras barbadas siempre flácidas.
        Salvo esos tres, el resto, perdidas las carnes más o menos turgentes, se habían hecho a ser espíritus puros sin desgaste y sin un mal colgajo que poner en marcha o meter en producción.
        De pronto comprendí metida en pánico que yo, mismamente, era el único ser (¿o se dice “sera”?) en aquel paraíso con los atributos precisos, aunque oxidados, como para poder hacer demostraciones.
Pero, ¿cómo ilustrar en teorías humanas y mortales a quienes la práctica carnal les fue negada de nacencia, continencia y enseñanza? 
        Porque los castos, eran castos por voluntad propia. Pero…

-Pero ¡Y los Ángeles! –grité volviéndome hacia el DiosVerdadero que, como siempre que hay follón, había desaparecido de escena.

Y, lo que era el peor de los dilemas en el que no había reparado hasta ese mismo momento, distraída como había estado en mis divinidades de medio pelo: aunque diosEsa, una estaba todavía en condiciones de meterse en querencias y amoríos terrenales tal cual. Pero, como una idiota, y por voluntad propia, me había recluido en un paraíso celestial sin instrumentos.

-¡Dios mío! Pero, ¿aún no te has enterado de la carencia de materia prima? –gritó un lechuguino alado en mis propias narices.

        (Ay, lagarto, lagarto; que siempre está rondando Él en mi entorno).

        De repente empezó a preocuparme más mi propia escasez que la de aquellos menesterosos. Se me vino a la memoria aquello de que “la práctica crea al órgano”, así que, si quería enseñarles maneras y libertades para ponerlos a funcionar, tendría que empezar por hacer prácticas… Aunque, vistas mis circunstancias, lo único que me quedaba era lo de la “autogestión”; y eso aún me causaba un cierto malestar por aquello de que uno se volvía tonto y se le ablandaban los sesos…
        Claro que no se puede alcanzar mayor grado de tontería que decretar libertades donde no hay materia.
        Así que, visto lo visto… ¡Quién sabe! A lo mejor me pongo a la faena de “yo-mismamente” con lecciones a distancia, para relajarme de tantísima contención, a riesgo de agrandar mis licuaciones cerebrales…
        Pero, ¿Quién me mandará a mí ponerme a liberar el sexo de los ángeles…?
¡”Dita”sea…!
       
Gaviola. “CasaSoto”.25.5.2005           


[1] Por cierto, que hace muchísimos años leí un libro así titulado, LA ENVIDIA IGUALITARIA, de un tal Fernández de La Mora, que me aclaró muchas cosas y me embrolló otras. Pero ése es otro cantar.
[2] ¿Soy divina o no soy divina? Hasta me he cargado el tiempo de un plumazo, y he pasado a saber en el año 2005 lo que se va a publicar en el año 2015: Porque, aunque esté escribiendo este Incidente en el año 2005, mirad lo que se va a publicar en el PAÍS en Junio de 2015:
http://elpais.com/elpais/2015/06/12/eps/1434109654_686512.html