4/2005
“…Porque
sé que cada día que paso lejos de ti
es un día menos para estar cerca…”
XABIER 2005
Viniendo como vengo de
pueblo, donde parece que amanece para todos por el mismo sitio, por detrás de
la Serrezuela, y no para cada uno por encima de su propio tejado como en las
capitales, mi talento y mis enseñanzas son rústicos, campechanos y sin
complicaciones.
Por poner un ejemplo, yo nunca distinguí muy bien
entre “libre” y “libertario”. ¡Qué le vamos a hacer! Siempre tuve mis dudas sobre ambos decires
porque, a fin de cuentas, no tuvo una ni la inteligencia de Bakunin, ni el
resentimiento de Kropotkin, ni el tiempo preciso para recrearse en
destrucciones iconoclastas ‑sería que mi destino me estaba preparando para
arrodear y hacerle cerco a persecuciones impías-.
Puedo jurar sobre “Mi-Libro-Sagrado” (que no voy
a decir cuál es para no meter cizaña) que jamás de los jamases me entraron nunca querencias tontorronas de
igualitarismos homogeneizantes.
Porque, eso de que todos somos iguales…, con
permiso de la Belisaria, tan igualitarísima ella, sí, pero menos.
Lo que pasa es que tuvo que pasar lo que
pasó para enterarme, tarde y mal, de las fatales consecuencias de mi
imprevisión sobre la envidia igualitaria.
Lo mío de aquel día fue puritita buena
fe –lo cual no es extraño en un mundo de dioSes
tontorrucios como yo-.
Fue el día que decidí
hacer a todos iguales por decreto, siquiera fuera al sur del ombligo.
Semejante día pudo costarme el puesto al que tan
sandungueramente había trepado.
Y es que lo de ser diosEsa no ha mejorado esta poquedad cerebral mía, y cada vez se
hacen más presentes mis rústicas querencias, como comprobarán por lo que les
contaré sobre mi ocurrencia de imponer libertades por decreto, como si las
libertades de los “bajos fondos” fueran lotes de tierra a repartir por partes
iguales, entre campesinos y no campesinos, y como si el personal fuera tan parejo
entre sí que a todiquiticos se les diera bien lo de plantar berenjenas. ¡…!
(Por
cierto: tengo que recordar que no se me olvide apuntar en mi libreta anti-alzhéimer
el aclararle al Excedente lo que es “meterse en un berenjenal”
p’a que se muera de risa).
¡Bueno está! Apuntado. Volvamos a lo de
las igualdades.
Resulta ser que, recordando los escozores y
menesteres carnales que una servidora tuvo que aguantar en su condición humana,
con aquello de la santidad y la virtud en la mujer y los descalabros de
desgarrón de himen sin previo himeneo, tomé otra más de mis decisiones
“divinas”:
Decretar la libertad
sexual entre mis santos pobladores.
Quiero anticipar que, aunque a primera vista no
lo parezca, no es una de obrar a tontas y a locas. Por eso mismo, antes de
pegar los pasquines por las esquinas del cielo, hice mis cuentas y me dije:
¡vamos a ver! Ya sé que, en cuestiones jocundas, puede haber mucho desmadre.
Pero hay lugares y lugares. ¿Acaso no somos santos todos los que aquí estamos?
¿Acaso puede armarse una jarana entre gentes que han llegado por méritos
propios al mismísimo cielo? Y, siendo así:
¡Acaso es justo
que sigan existiendo todavía tabúes y privaciones tan pasadas de moda entre el
personal…!
“¡El amor es el amor!” –Me dije mientras echaba
esos cálculos- “Vamos a ver si le damos cuerda de una puñetera vez al reloj de
los gusticos como si fuera un potrillo sin montura”.
Ustedes que me conocen sabrán
disculparme alguna aclaración. Para llegar a ser diosEsa, además de proponérmelo y reclamárselo cara a cara al
Titular, hay que ser un poco ignorante. O un mucho…
¡Porque se necesita ser una ceporra para andar
legislando con encandilmientos de amor “divino”, teniéndole como le tengo
semejante ojeriza a tanto hijo de Satanás –con perdón- como he tenido a bien
engendrar a mis pechos!
(¿O fue mi Antecesor el que los hizo?)
¡Ay, que esta manía mía
de posesionarme de culpas ajenas me va a hacer terminar en manos de cualquier
loquero…!
Claro que si el loquero está bueno y esas cosas…
Aunque… siendo diosEsa…
Pero, vamos a lo que vamos.
Pues, como les decía: que llamé a uno de
mis innumerables Escribas, cuyo nombre no hace al caso, y le dicté el bando:
“Queda abolida la abolición. Se prohíbe
hacer caso de lo prohibido. Desde la entrada en vigor de este Decreto, se
declara la total y absoluta libertad sexual dentro del territorio.
DISPOSICIÓN
DEROGATORIA: En este Paraíso queda derogado el sexto Mandamiento.
¡Y se armó!
¡Nunca lo hubiera hecho!
No señor, no. No me confundan conceptos,
ni se me echen a santiguarse imaginándose guarrerías. Porque no pasó nada de lo
que se figuran.
Aquello no fue,
precisamente, ni Sodoma, ni Gomorra, ni Lesbos, ¡ni puñetas!
Lo que sucedió es que el
personal, en lugar de ponerse a “hacer” se puso a “decir” como pasa siempre.
Y aquello fue Troya, Lepanto, Catalañazor y Normandía juntos. Aquello…Aquello… Aquello tuvo el
efecto de Hiroshima y Nagasaki… Aquello, de repente, dejó de ser el paraíso de
una diosEsa con alma de palomino para
convertirse en algo muy semejante a la Tierra de los Hombres…
¡Y todo en nombre del amor!
¡Bendito sea Dios!
(¡Ya estamos con el Mismo…!)
Me explico.
No sé si les he dicho que en este Lugar
-como en cualquier otro; vamos a no engañarnos- las noticias se corren como
grasa añeja sobre papel de estraza sin necesidad de “programas basura”. Eso sí:
las intrigas tienen un halo sagrado bendecido por el sindicato de Monseñores retirados. Pero ahí están,
con su pequeña carga de miserias. Con lo cual, comprenderán que, antes de pegar
el segundo cartel, empezó a oírse por todo el Paraíso el sordo rumor de la
tormenta que yo, en mi simpleza, confundí con fragores verbeneros.
La primera en llegar fue la Comisión de
“HombresCastos”: (clérigos, abates,
prestes, eremitas, ermitaños, anacoretas, eunucos, misóginos y…
Y…
¿Y A que no saben quién
más?
¡Pues monjitas!
Tal cual.
Como se lo digo.
Sólo que ya se sabe que entre la gente
conservadora y mesurada, no iban a ponerse a la trabajera de mentar en sus
Estatutos lo evidente:
Que la mujer, bien a
pesar de algunos, existe sin que sea preciso andar mentándola y teniéndola
presente a cada paso.
Porque, ¿cómo lo verían ustedes?:
“Hombres-y-Mujeres”
“Castos-y-Castas”
“Hombros-y-Hombras”
“Mujeres-y-Mujeras”
¿Ven? Demasiada mandanga –dicen ellos cargándose
de razón semántica; aunque yo tengo mis dudas; porque la fe en hombres y
dioses, -¿qué quieren que les diga?- nunca fue mi fuerte…
Pues, como les iba diciendo, iban llegando las
Comisiones (y Comisionas) de damnificados-y-damnificadas por mi último Decreto,
y se pusieron a soltar por sus bocas (¿y bocos?).
-Mira, dios, que venimos a decirte que
no es justo…
-¡Alto ahí! –los atajé antes de que le
fueran con el cuento de mi tolerancia varonil a la Belisaria; ya saben, la jefa
de las feministas cerriles-. Para dirigiros a una servidora, utilizad el
tratamiento, o clausuro la sesión:
¡diosEsa! Como Dios manda.
-¿Qué Dios manda eso?
-¡Bueno! Lo mando yo y va que chuta.
(Tengo para mí que estaba otra vez haciéndome un lío como siempre que tengo que
enfrentarme con barullerías; pero seguí tratando de engolar la voz):
-¿Se puede saber qué es lo que no es
justo?
-Lo de los nuevos libertinajes que has decretado
por tu cuenta sin tenernos en cuenta, –dijeron a coro con voces que me sonaron
chillonas, gazmoñas, mojigatas y, sobre todo, redundantes.
-¿Qué no es justo que os dé libertades? ¡Vamos,
anda!, ‑respondí desdeñosamente, creyendo que el asunto era pura pose de
sacristía, envidias de matronas (y matrones) venidas a menos y beaterías de
sotana (y de sotano) mal llevadas.
-¡Pues no, NOO ES JUSTO! (¡Qué pesadez! Pero a
estas, estos y “estes” me los meriendo con gachamiga).
–A ver, ¡A
VER! ¿No iréis a decirme que nunca habéis tenido apretoncillos por esas
latitudes, eh…? El que esté libre de culpa, que levante la mano, sabiendo que
aquí las mentiras se descubren a la primera. –Mientras les decía tales
picardías les guiñé un ojo a ver si nos congraciábamos.
-No, si querencia… -Decían unos y otros
mirándose de soslayo- …Para qué vamos a negarlo ante semejante detector de
mentiras. Pero lo de esos libertinajes no es justo. Porque…, porque, sexo,
sexo…, lo que se dice sexo…
-¿Ya empezamos con remilgos?
-No, diosEsa…
si lo que queremos es que comprendas que…
Según parlamentábamos, se iba amontonando cada
vez más personal. Y ya saben cómo me acongojan a mí los gentíos en plan
protesta.
-¡Vaya: te lo vamos a decir claro! –Dijo el más
lanzadillo-. Que está muy bien lo de alzarle el veto a la jodienda; que ya iba
siendo hora… Pero que estamos hasta… de la perversidad de los diosEs.
-¿Pero, a ti qué te pasa? –Me indigné con el
desvergonzado- ¿Qué no puedes hablar sin mentar “eso”?
-¡Precisamente! Porque “eso”, diosEsa, no funciona sin carne mortal. Y resulta que,
antes de venir aquí, vosotros, los diosEs,
nos “liberasteis” de semejante cargamento para poder entrar en la fiesta. ¡Ya
nos dirás cómo… triqui-triqui…!
-¡Hombre, pues… visto así…!, -titubeé,
aunque sin tiempo para recomponerme y buscar una salida; porque, de repente, la
cosa empezaba a complicarse más de lo que estaba antes de lo de las libertades
por decreto.
En esto que, sin saber de dónde salía, se
adelantó y entró en escena un Angelillo de aspecto miserable y gesto retorcido,
azuzando el ambiente:
-¡Lo mismo digo yo!, –chilló-. No es que
me rebele contra ti, diosEsa; ¡líbreme
Dios!, –dijo con tanta mala fe -¡qué cosas!- como ladina cautela, recordando
anteriores expulsiones luciferinas-. Pero, y nosotros ¿qué…?
-¿Vosotros qué, de qué…? -repetí
tontamente, mientras mi vista se dirigía allí dónde el alado apuntaba
provocativamente señalándose las carencias de atributos de pescuezo para abajo.
-Sí, ¡nosotros! Los que NUNCA hemos
tenido la oportunidad de elegir o renunciar a la follenda por falta de
material… ¿NOSOTROS, QUÉ?
-Sí, eso: ¿Nosotros qué? ¡Y cómo!
–chilló rabioso un querubín rubio como un amante terrenal.
-¿Que cómo…, que cómo qué…? –me oí decir
como una idiota que intenta ganar tiempo cuando el tiempo hace ya tiempo se me
fue entre los dedos
Por si no lo saben, estos “EspíritusPurosBienaventurados”, ‑castos
de nacimiento por más señas como vírgenes negras suturadas-, están organizados
en Coros ordinales: primer coro, segundo coro, etc. Y, aprovechando semejante
condición, allí se armó la de
Dios-es-Cristo que, como habrán comprendido a estas alturas, ambos Dos
están presentes en todas partes como Auténticos que son en dinastía, cuando de
armar el orfeón celestial se trata.
La algarabía tuvo ecos cercanos a la
rotura de la barrera del sonido.
Traté de pensar con la mayor rapidez
mental que las limitaciones de diosEsa-de-medio-pelo
me otorgaban, mientras la bulla tomaba tintes de índigas miserias.
¿Cómo les explico yo a estos lo que hay
que hacer -me preguntaba- cuando hay ganas pero no hay material…?
Lo que me faltaba era información, engrase y adiestramiento. A fin de cuentas, yo era
de la época que era… Y la memoria, para estos menesteres, es frágil cuando ha
de recorrer tan larguísimos caminos.
Quizá, si me asesoraba de alguien mejor
situado y sin complejos… Pero, haciendo un repaso, en el Cielo no tenía yo a
mano sino tres, ‑solamente TRES- que pudieran hablarme con conocimiento de las
donosuras de la carne y de la templanza que su adecuada usanza proporciona.
¡Y los tres estaban fuera de programa!
“Ascensión” y “Asunción”, aunque sin
carencias materiales, eran conceptos que me causaban el suficiente
respeto-pánico como para no querer meterme en nuevos berenjenales
inmiscuyéndolos en semejantes humanidades.
El otro que no se había desprendido de
sus carnes, antes de arrebatarse de la Tierra, mi pobre Elías, hacía tiempo ya que
había perdido la cabeza. Andaba correteando al fondo del bosque de bambú del
Paraíso, a mandoble batiente contra las cañas, obsesionado como estaba el
angelico con abandonar imaginarios vientres de ballenas ya inexistentes,
abriéndose camino entre las verdes dentaduras barbadas siempre flácidas.
Salvo esos tres, el resto, perdidas las
carnes más o menos turgentes, se habían hecho a ser espíritus puros sin
desgaste y sin un mal colgajo que poner en marcha o meter en producción.
De pronto comprendí metida
en pánico que yo, mismamente, era el único ser (¿o se dice “sera”?) en aquel
paraíso con los atributos precisos, aunque oxidados, como para poder hacer
demostraciones.
Pero, ¿cómo ilustrar en teorías humanas y
mortales a quienes la práctica carnal les fue negada de nacencia, continencia y
enseñanza?
Porque los castos, eran castos por
voluntad propia. Pero…
-Pero ¡Y los Ángeles! –grité volviéndome hacia el DiosVerdadero que, como siempre que hay
follón, había desaparecido de escena.
Y, lo que era el peor de los dilemas en el que no
había reparado hasta ese mismo momento, distraída como había estado en mis
divinidades de medio pelo: aunque diosEsa,
una estaba todavía en condiciones
de meterse en querencias y amoríos terrenales tal cual. Pero, como una idiota,
y por voluntad propia, me había recluido en un paraíso celestial sin
instrumentos.
-¡Dios mío! Pero, ¿aún no te has enterado de la
carencia de materia prima? –gritó un lechuguino alado en mis propias narices.
(Ay, lagarto, lagarto; que siempre está
rondando Él en mi entorno).
De repente empezó a preocuparme más mi
propia escasez que la de aquellos menesterosos. Se me vino a la memoria aquello
de que “la práctica crea al órgano”, así que, si quería enseñarles maneras y
libertades para ponerlos a funcionar, tendría que empezar por hacer prácticas…
Aunque, vistas mis circunstancias, lo único que me quedaba era lo de la
“autogestión”; y eso aún me causaba un cierto malestar por aquello de que uno
se volvía tonto y se le ablandaban los sesos…
Claro que no se puede
alcanzar mayor grado de tontería que decretar libertades donde no hay materia.
Así que, visto lo visto… ¡Quién sabe! A
lo mejor me pongo a la faena de “yo-mismamente” con lecciones a distancia, para
relajarme de tantísima contención, a riesgo de agrandar mis licuaciones
cerebrales…
Pero, ¿Quién me mandará a mí ponerme a
liberar el sexo de los ángeles…?
¡”Dita”sea…!
Gaviola.
“CasaSoto”.25.5.2005