jueves, 9 de julio de 2015

02. CALAMIDAD (Historia autobiográfica de una simple pluma)



O de cómo, una servidora,
a estas alturas de la vida,
se las empieza a apañar por su cuenta

       ¡Yo me llamo CALAMIDAD!
        Ya sé que, con semejante nombre, les resultará extraño que les diga que vine al mundo de la mano de <ABECEDORA>, -Hada de los LetraHeridos- de la que ya les dimos razón en la primera parte de este Libro. Mi guarda y custodia fue encomendada  a la Gaviolita el mismo día de su nacimiento; quiero decir que su padre, nada más escuchar sus primeros berridos, se alargó al estanco del pueblo, el de Lola, donde vendían de todiquitico, y me compró por una gorda, junto con un palillero que costaba entonces siete perrillas, mientras pensaba para sus adentros que aquella chiquilla recién nacida parecía tener mucho que decir, y que, ya que se echaba al mundo con semejante barraquera, más valía que lo que tuviera que decir lo dijera por escrito.
El destino, por boca de hechicerías que no hacen al caso, nos endilgó a cada una nuestra ocupación de por vida. A mí me encomendó una misión bien simple: la de enmendar sobre el papel los entuertos que brotaban como caíllos en la CabezaLoca de mi Ama.
Malo será decir que haya podido dar cumplimiento al encargo; porque, caer en manos de LaDoña, y empezar a hacerle-compaña en poner el mundo del revés, todo fue una misma cosa.
Y es que Ella está loca. Lo que escuchan: loca perdida y sin apaño.
De manera que una simple pluma como yo, en manos de semejantes bombas de relojería como lo son las de mi Ama, -la Gaviolita de las narices- comprenderán que no tiene más futuro que la de ser corresponsal involuntaria de todas las majaderías que pasan por la cabeza de mi ilustre Mandamás.
No vayan a creer que me estoy quejando.  No.
¡Estoy advirtiéndoles! ¡Está loca! Pero yo, a lo mío…
Desde ahoritica mismo, desde esta mismísima página, voy a poner las cosas en su sitio, y a decir lo que tenga que decir sobre los endemoniados dictados que la Jefa me hace. (Perdón por lo de mentar al demonio. Una es así d’echá’ p’adelante cuando tiene tintero a mano).
Hasta ahora, como bien saben, me había limitado a hacerle de pregonera gráfica a las tontunas de Gaviola.
Pero, esta vez, ¡No!
Una servidora no está dispuesta a ser simple herramienta de amanuense[1], después de lo que tiene visto, oído y, sobre todo, escrito en las largas décadas que llevo sirviéndole fielmente al ser más mentiroso que haya conocido. Por cierto, que ustedes perdonarán que no les diga cuántas décadas ha sido, porque la Gaviolita, aunque como buena pajarraca no parece que sea mamífera, cría muy mala-leche-con-perdón, en lo que hace a su edad, -que hasta se echa un tinte oscuro en las plumas cada quince días para taparle las vergüenzas a las canas, sin darse cuenta de que una “Gaviola” no es más que una inmensa cana, despeluchada en barbas de plumas volanderas-.
Eso sí: precisaré de mucho tiento para no herirle su honrilla a la Cuentista de mis entretelas. Que una cosa es variarle las patrañas con las que ella anda engatusando al personal que la rodea, y contarles la verdad según la veo yo, y otra muy distinta es ir poniendo de mentirosa a quien me da distracción de día en día con sus enloquecidas figuraciones sobre la vida.
Porque –un decir-: bien pensado, ¿dónde está la verdad? ¿Cuántos ojos ven un paisaje, y cuántos oídos se afanan en churretear[2] vidas ajenas, y cuántas bocas andan pregonando sobre esas vidas clamores sin cuento, sin acabarse de concordar ni medianamente entre cada uno de lo que ven, oyen o cuentan…? 
Pues eso: que puestas a lo puesto, entre la Gaviolita y yo nos iremos apañando para narrarles una de las mayores loquerías en la que se vio envuelta por su mala cabeza:
 ¡SER DIOS!
Y de seguro que les voy a hacer un buen servicio moderando sus desmanes. Porque, si les cuento las cosas como fueron… ¡Bueno!, digamos, tal como una servidora las vio, de seguro que se me acaba el empleo y tengo que echarme a holgar, o a dar peonadas a destajo por esos folios de Dios.
Muchas veces, bien quisiera yo acabar de emanciparme de Gobernadora tan mostrenca. Pero, a mi edad, y sabiendo cómo va lo de la tecnología esa, un divorcio en esta singular relación con la que matrimoniamos en su día puede resultar una verdadera catástrofe para las dos: para el Ama, porque no va a apechar ella soliquitica[3] con la tarea de enfrentarse a sus desmemorias; que ya me dirán ustedes qué hace una Escritora sin Pluma en que ampararse cuando sus lectores la acusan de fullera, falsaria y embustera. Y tampoco sería bueno para mí, porque, aunque con los años, me he aprendido de carretilla todo el batiburrillo de palabras y gramatiquerías que se gasta esta pajarraca chiflada -¡Dios me perdone!- lo cierto es que la gracia de poner las cosas en su sitio sobre el papel no le fue dada a ésta-que-lo-es, sino a la muy pendeja de la Gaviolita, cuando aquello de <LA NACENCIA> que ella me hizo escribir como comienzo de sus locas Memorias, en la primera parte de este Libro: GAVIOLA EN  EL PAÍS DE LOS NADIE>.
A estas alturas, habrán caído en la cuenta de hasta qué punto se me han pegado las malas artes del escribir de mi Gaviolita –por llamar de alguna forma a esto, que ni es arte ni zarandajas-. Lo digo porque empecé con la intención de decirles el porqué de mi gracia, y, como ella tiene por costumbre hacer, me he ido por los cerros de Úbeda.
Y ustedes perdonen otra vez pero, hablando de los “cerros de Úbeda” tal que para mentarles el desconcierto que se me arma en mis pobres entendederas de pluma en embeleso literario, si han llegado hasta aquí, ya habrán averiguado por su cuenta que entremeto palabras y decires un poco alicaídos de costado, que renquean y se vencen a su diestra. (Letra cursiva que dicen los entendidos). Pues deben saber que tales decires, distinguidos de semejante manera, pertenecen a una Comarca que hay mismamente por debajo y a la derecha de los “Cerros de Úbeda”, según se miraba el antiguo MapaMundi de la Escuela de DoñaMedarda, y en cuyas latitudes fue donde mi Señora, la tal Gaviolita, vino al mundo.
Como recordarán, cuando la Gaviolita principió la tarea de escribidora, todo se le hacía arrimarse a los decires de Sierra Mágina. Si estaría porfiada en lo de la palabrería de por allí que hasta empeñó más de cinco años de su vida, ¡cinco años!, escribiendo ese <EXPRESIONARIO DE MÁGINA> que a nadie le interesa, pero que a punto estuvo de acabar con mis labios metálicos de pluma bien-mandá’. Ahora, con la edad, o se le ha reblandecido el cerebro a mi Gaviolita o se ha puesto en plan finolis y le da reparo que los demás barrunten sus orígenes; o, simplemente, ha delegado en mí la tarea de conservar vejestorios de decires para hablar en privado. No será una servidora quien se retire de la faena de volver a lo nuestro. Así que, aprovechando que me meto en la tarea de remedarle al Ama sus malas artes, voy a ir encajando entre sus escritos los míos propios, con mis particulares elucidarios[4], para que nunca se olviden de nuestra tierra y sus maneras de armar la de Dios-es Cristo[5].
Y remato la tarea por donde la empecé:

        ¡Me llamo CALAMIDAD!

Que, bien pensado, y al decir de la Gaviolita, no es otra cosa que la “evolución” –según los MariSabidillos de turno- o el menoscabo y la corrupción maginera según yo, del primer nombre que me puso la Doña cuando lo del bachillerato de los seis años y las dos reválidas. SÍ… el mismico. Aquel en el que la criaturica se enseñaba en latinajos, y en el que aprendió que, según el  “Diccionario-Ilustrado LATINO-ESPAÑOL // ESPAÑOL-LATINO”  “Spes”, “Pluma”, en latín, era ni más ni menos que ¡CALAMUS! 

De “Calamo” a “Calamidad”, para un vejestorio como yo, no había que cruzar sino una sola acequia. Y mi Gaviolita y yo la saltamos con los ojos cerrados.

¡Aquí, una CALAMIDAD; para servirles!

Claro que una, que le echó alguna que otra mirada de reojo a aquel famoso Diccionario, descubrió a la primera que “Calamus", además de pluma –que va en segundo lugar-, puede ser caña. Y celos no me faltaron; porque las cañas parece que fueran más importantes que una simple y obediente pluma, si nos ponemos a pensar todo lo que se hacía con ellas por aquellos años:
·          ¡Caballicos soñados con alas invisibles para las correrías imaginarias de principillos desarrapados, exploradores de secas ramblas que bajabas de los montes, y de ladrones eventuales de ranas y largartijas…!
·          Mangos y alargaderas para arrancar de las pencas los higos chumbos, sin hostigarte las manos con las púas mamarrachas que sólo dejaban de lastimar cuando se las limpiaba con aceite…
·          Paseros sobre los que madres de manos primorosas curtidas por el duro lavar de sábanas de lienzo, secaban al sol lo del vergel para la conserva del año…
·          Escondrijos donde los hortelanos se resguardaban de las solaneras mientras ojeaban sus melones para que no se los robaran los de las hambres de aquellos años…
·          ¡Y trampas de liria para cazar zorzales con los que aviar un buen arroz con pajarillos sin tener que esperar a las Pascuas, (las de zambomba y pandereta; no las floridas) para poder comer carne sin tener que soltarle al cura la peseta de la Bula, y darse un hartón de borrachelos…!
·          Hospitalarias chozas para guardar el sueño de los pastores, el juego del escondite de después de la escuela y otras picardías de a deshoras…
·          Cañizo para enlucir el cielo raso de las alcobas de aquellas casas donde no era menester apaciguar el polvo del zaguán con espurreos de agua, porque el suelo era de baldosín y no de tierra apisonada…
·          ¡Varas de MaestroEscuela para medirle el costillar a los gandules que no tenían razón para enseñarse, condenados como estaban a ser analfabetos campesinos…!
Pero, vamos a dejarnos de tentar recuerdos y nostalgias, porque una acaba con la tinta corrida en las pestañas. Ésas son querencias de otros tiempos y de otras cosas que, entre la Gaviolita y una servidora, intentaremos ir contando mientras nos queden alientos y nos sobren ganas de embaucar.
        Ahora, mejor será ponernos a lo nuestro: a contar las trastornadas divinidades de mi infeliz Gaviola, que me puso un nombre dejeneratriz (¿o no se dice así?) sacado de aquel diccionario latino tan apropiado para el título de este Libro, <SER DIOS>, si tenemos en cuenta la coletilla de sus primeras páginas:

Con LATÍN ECLESIÁSTICO seleccionado por el cuerpo de redactores de PALESTRA LATINA bajo la dirección del R. P. José María Mir, C.  M.  F.

 ¡No te digo!
¡Pues no va y me dice ahora la Gaviolita que llamarme CALAMIDAD es un lujo que no me merezco por andar hurgando en las cosas sagradas, siendo Ella quien es…!
¡La que no se merece que la vuelva a mirar a la cara es Ella, que saca de sus casillas hasta al mismísimo Espíritu Santo! Y si no se lo creen, no tienen más que ponerse a leer…

Firmado: Calamidad en CasaSoto. En algún mes del año 2004, cuando Gaviola decidió SER DIOS


[1] ¡Toma palabreja que me aprendí del Ama desde que se volvió una repijotera finolis!
[2] CHURRETEAR: cotillear, con origen en decires de Sierra Mágina que mucho tienen que ver con cabras y churretes. [Del <EXPRESIONARIO DE MÁGINA> de Gaviola de Aznaitín]
[3] SOLIQITICA: forma enfática maginera, y, al propio tiempo, diminutiva para darle un tinte entrañable, con significado de “solica”.
[4] ELUCIDARIOS: Libros de claves. Que una también tiene las suyas propias.
[5] ¡Ya estamos! Si es que es dictarme un título y yo me pongo loca con el refranero…