O de cómo, una servidora,
a estas alturas de la vida,
se las empieza a apañar por su cuenta
¡Yo me llamo CALAMIDAD!
Ya sé que,
con semejante nombre, les resultará extraño que les diga que vine al mundo de
la mano de <ABECEDORA>, -Hada de los LetraHeridos-
de la que ya les dimos razón en la primera parte de este Libro. Mi guarda y
custodia fue encomendada a la Gaviolita el mismo día
de su nacimiento; quiero decir que su padre, nada más escuchar sus primeros
berridos, se alargó al estanco del pueblo, el de Lola, donde vendían de
todiquitico, y me compró por una gorda, junto con un palillero que costaba
entonces siete perrillas, mientras pensaba para sus adentros que aquella
chiquilla recién nacida parecía tener mucho que decir, y que, ya que se echaba
al mundo con semejante barraquera, más valía que lo que tuviera que decir lo
dijera por escrito.
El destino, por boca de hechicerías que no hacen al caso,
nos endilgó a cada una nuestra ocupación de por vida. A mí me encomendó una
misión bien simple: la de enmendar sobre el papel los entuertos que brotaban
como caíllos en la CabezaLoca de mi Ama.
Malo será decir que haya podido dar cumplimiento al
encargo; porque, caer en manos de LaDoña,
y empezar a hacerle-compaña en poner el mundo del revés, todo
fue una misma cosa.
Y es que Ella está loca. Lo que escuchan: loca perdida y
sin apaño.
De manera que una simple pluma como yo, en manos de
semejantes bombas de relojería como lo son las de mi Ama, -la Gaviolita de las
narices- comprenderán que no tiene más futuro que la de ser corresponsal involuntaria
de todas las majaderías que pasan por la cabeza de mi ilustre Mandamás.
No vayan a creer que me estoy quejando. No.
¡Estoy advirtiéndoles! ¡Está loca! Pero yo, a lo mío…
Desde ahoritica
mismo, desde esta mismísima página, voy a poner las cosas en su sitio, y a
decir lo que tenga que decir sobre los endemoniados dictados que la Jefa me hace. (Perdón por lo
de mentar al demonio. Una es así d’echá’
p’adelante cuando tiene tintero a mano).
Hasta ahora, como bien saben, me había limitado a hacerle
de pregonera gráfica a las tontunas de Gaviola.
Pero, esta vez, ¡No!
Una servidora no está dispuesta a ser simple herramienta
de amanuense[1],
después de lo que tiene visto, oído y, sobre todo, escrito en las largas
décadas que llevo sirviéndole fielmente al ser más mentiroso que haya conocido.
Por cierto, que ustedes perdonarán que no les diga cuántas décadas ha sido,
porque la Gaviolita,
aunque como buena pajarraca no parece que sea mamífera, cría muy mala-leche-con-perdón, en lo que hace a su edad, -que hasta se echa un tinte oscuro
en las plumas cada quince días para taparle las vergüenzas a las canas, sin
darse cuenta de que una “Gaviola” no es más que una inmensa cana, despeluchada
en barbas de plumas volanderas-.
Eso sí: precisaré de mucho tiento para no herirle su honrilla
a la Cuentista
de mis entretelas. Que una cosa es variarle las patrañas con las que ella anda engatusando
al personal que la rodea, y contarles la verdad según la veo yo, y otra muy
distinta es ir poniendo de mentirosa a quien me da distracción de día en día
con sus enloquecidas figuraciones sobre la vida.
Porque –un decir-: bien pensado, ¿dónde está la verdad?
¿Cuántos ojos ven un paisaje, y cuántos oídos se afanan en churretear[2]
vidas ajenas, y cuántas bocas andan pregonando sobre esas vidas clamores sin
cuento, sin acabarse de concordar ni medianamente entre cada uno de lo que ven,
oyen o cuentan…?
Pues eso: que puestas a lo puesto, entre la Gaviolita y yo nos
iremos apañando para narrarles una de las mayores loquerías en la que se vio envuelta
por su mala cabeza:
¡SER DIOS!
Y de seguro que les voy a hacer un buen servicio
moderando sus desmanes. Porque, si les cuento las cosas como fueron… ¡Bueno!, digamos,
tal como una servidora las vio, de seguro que se me acaba el empleo y tengo que
echarme a holgar, o a dar peonadas a destajo por esos folios de Dios.
Muchas veces, bien quisiera yo acabar de emanciparme de
Gobernadora tan mostrenca. Pero, a mi edad, y sabiendo cómo va lo de la
tecnología esa, un divorcio en esta singular relación con la que matrimoniamos
en su día puede resultar una verdadera catástrofe para las dos: para el Ama,
porque no va a apechar ella soliquitica[3]
con la tarea de enfrentarse a sus desmemorias; que ya me dirán ustedes qué
hace una Escritora sin Pluma en que ampararse cuando sus lectores la acusan de
fullera, falsaria y embustera. Y tampoco sería bueno para mí, porque, aunque
con los años, me he aprendido de carretilla
todo el batiburrillo de palabras y gramatiquerías
que se gasta esta pajarraca chiflada -¡Dios me perdone!- lo cierto es que la
gracia de poner las cosas en su sitio sobre el papel no le fue dada a ésta-que-lo-es, sino a la muy pendeja de la Gaviolita, cuando
aquello de <LA NACENCIA>
que ella me hizo escribir como comienzo de sus locas Memorias, en la primera
parte de este Libro: GAVIOLA EN EL PAÍS
DE LOS NADIE>.
A estas alturas, habrán caído en la cuenta de hasta qué punto se me han pegado las malas
artes del escribir de mi Gaviolita –por llamar de alguna forma a esto, que ni
es arte ni zarandajas-. Lo digo porque
empecé con la intención de decirles el porqué de mi gracia, y, como ella tiene
por costumbre hacer, me he ido por los
cerros de Úbeda.
Y ustedes perdonen otra vez pero, hablando de los “cerros
de Úbeda” tal que para mentarles el desconcierto que se me arma en mis pobres entendederas
de pluma en embeleso literario, si han llegado hasta aquí, ya habrán averiguado
por su cuenta que entremeto palabras
y decires un poco alicaídos de costado, que renquean
y se vencen a su diestra. (Letra cursiva que dicen los entendidos). Pues
deben saber que tales decires, distinguidos de semejante manera, pertenecen a
una Comarca que hay mismamente por debajo y a la derecha de los “Cerros de Úbeda”, según se miraba el antiguo
MapaMundi de la Escuela de DoñaMedarda, y en cuyas latitudes fue donde
mi Señora, la tal Gaviolita, vino al mundo.
Como recordarán, cuando la Gaviolita principió la tarea de escribidora, todo
se le hacía arrimarse a los decires de Sierra Mágina. Si estaría porfiada en lo
de la palabrería de por allí que hasta empeñó más de cinco años de su vida,
¡cinco años!, escribiendo ese <EXPRESIONARIO DE MÁGINA> que a nadie le
interesa, pero que a punto estuvo de acabar con mis labios metálicos de pluma bien-mandá’.
Ahora, con la edad, o se le ha reblandecido el cerebro a mi Gaviolita o se ha
puesto en plan finolis y le da reparo
que los demás barrunten sus orígenes;
o, simplemente, ha delegado en mí la tarea de conservar vejestorios de decires
para hablar en privado. No será una servidora quien se retire de la faena de volver
a lo nuestro. Así que, aprovechando que me meto en la tarea de remedarle al Ama sus malas artes, voy a
ir encajando entre sus escritos los míos propios, con mis particulares elucidarios[4],
para que nunca se olviden de nuestra tierra y sus maneras de armar la de
Dios-es Cristo[5].
Y remato la tarea por donde la empecé:
¡Me llamo
CALAMIDAD!
Que, bien pensado, y al decir de la Gaviolita, no es otra
cosa que la “evolución” –según los MariSabidillos
de turno- o el menoscabo y la corrupción maginera según yo, del primer nombre
que me puso la Doña cuando lo del bachillerato de los seis años y las dos
reválidas. SÍ… el mismico. Aquel en el que la criaturica se enseñaba en
latinajos, y en el que aprendió que, según el “Diccionario-Ilustrado
LATINO-ESPAÑOL // ESPAÑOL-LATINO” “Spes”,
“Pluma”, en latín, era ni más ni menos que ¡CALAMUS!
De “Calamo” a “Calamidad”, para un vejestorio como yo, no
había que cruzar sino una sola acequia. Y mi Gaviolita y yo la saltamos con los
ojos cerrados.
¡Aquí, una CALAMIDAD; para servirles!
Claro que una, que le echó alguna que otra mirada de
reojo a aquel famoso Diccionario, descubrió a la primera que “Calamus", además de pluma –que va
en segundo lugar-, puede ser caña. Y celos no me faltaron; porque las cañas
parece que fueran más importantes que una simple y obediente pluma, si nos
ponemos a pensar todo lo que se hacía con ellas por aquellos años:
·
¡Caballicos soñados
con alas invisibles para las correrías imaginarias de principillos desarrapados,
exploradores de secas ramblas que bajabas de los montes, y de ladrones
eventuales de ranas y largartijas…!
·
Mangos y alargaderas
para arrancar de las pencas los higos chumbos, sin hostigarte las manos con las
púas mamarrachas que sólo dejaban de lastimar cuando se las limpiaba con aceite…
·
Paseros sobre los
que madres de manos primorosas curtidas por el duro lavar de sábanas de lienzo,
secaban al sol lo del vergel para la conserva del año…
·
Escondrijos donde
los hortelanos se resguardaban de las solaneras mientras ojeaban sus melones
para que no se los robaran los de las hambres de aquellos años…
·
¡Y trampas de
liria para cazar zorzales con los que aviar un buen arroz con pajarillos sin
tener que esperar a las Pascuas, (las de zambomba y pandereta; no las floridas)
para poder comer carne sin tener que soltarle al cura la peseta de la Bula, y
darse un hartón de borrachelos…!
·
Hospitalarias chozas
para guardar el sueño de los pastores, el juego del escondite de después de la
escuela y otras picardías de a deshoras…
·
Cañizo para
enlucir el cielo raso de las alcobas de aquellas casas donde no era menester
apaciguar el polvo del zaguán con espurreos
de agua, porque el suelo era de baldosín y no de tierra apisonada…
·
¡Varas de MaestroEscuela para medirle el costillar
a los gandules que no tenían razón para enseñarse, condenados como estaban a
ser analfabetos campesinos…!
Pero, vamos a dejarnos de tentar recuerdos y nostalgias,
porque una acaba con la tinta corrida en las pestañas. Ésas son querencias de
otros tiempos y de otras cosas que, entre la Gaviolita y una
servidora, intentaremos ir contando mientras nos queden alientos y nos sobren
ganas de embaucar.
Ahora, mejor
será ponernos a lo nuestro: a contar las trastornadas divinidades de mi infeliz
Gaviola, que me puso un nombre dejeneratriz
(¿o no se dice así?) sacado de aquel diccionario latino tan apropiado para
el título de este Libro, <SER DIOS>, si tenemos en cuenta la coletilla de
sus primeras páginas:
¡No te digo!
¡Pues no va y me dice ahora la Gaviolita que llamarme
CALAMIDAD es un lujo que no me merezco por andar hurgando en las cosas sagradas,
siendo Ella quien es…!
¡La que no se merece que la vuelva a mirar a la cara es
Ella, que saca de sus casillas hasta al mismísimo Espíritu Santo! Y si no se lo
creen, no tienen más que ponerse a leer…
Firmado: Calamidad en CasaSoto.
En algún mes del año 2004, cuando Gaviola decidió SER DIOS
[2] CHURRETEAR: cotillear,
con origen en decires de Sierra Mágina que mucho tienen que ver con cabras y
churretes. [Del <EXPRESIONARIO DE MÁGINA> de Gaviola de Aznaitín]
[3] SOLIQITICA: forma
enfática maginera, y, al propio tiempo, diminutiva para darle un tinte
entrañable, con significado de “solica”.