miércoles, 11 de noviembre de 2015

UbicuiMovil



72/2015
In memoria
UbicuiMovil

            -¿Qué haces, “diosEsa”?
        -Ya ves…Aquí; a lo mío.
        -¿Y se puede saber qué es lo tuyo?
        -¡Anda Éste! ¿A ver si no va a ser verdad que los “DiosesVerdaderos” lo sabéis todo?
        -Pues será eso. No está Uno para discutir a estas horas de la mañana. Pero ¿qué haces?
        -¡Pues escribir! ¿Qué te piensas Tú que se puede hacer cuando se está triste?
        -No me digas que estás triste. ¿Lo dices por el que nos trajimos ayer para arriba?
        -¡Noooo! O, bueno, quizá sí…O no lo sé, pero estoy con un nudo en el gaznate que me tiene como me tiene.
        -Pero, “diosEsa”, ¿no estás viendo lo bien que hemos instalado a tu amigo?
        -No, “DiosVerdadero”, si a mí, Alfonso no es quien me preocupa; que míralo cómo está de agustico. Los que me preocupan son mis colegas, los humanitas, y su deshumanizada manera de modernizarse.
        -¡No me digas que vas a sacar otra vez tus rancias querencias conservadoras y retrógradas!
-Pues, mira, sí: Te lo digo. Y Te lo escribo por si tienes a bien leerlo. A ver qué me dices después. ¿Eh, eh?
       
        -A ver. Déjame echarle un vistazo a esa libreta.

*

Mis viejas Estaciones
¡VIAJEROS AL TREN!

        Los andenes de aquellas viejas estaciones eran como la vida misma: un deambular de un lado para otro, atravesando los bordes rituales de encuentro, estancia y despedida, flanqueados en la parafernalia de lo invariablemente transitorio, sin tomar conciencia de esa transitoriedad hasta que sonaba aquella voz anónima e inexorable:
¡Viajeros al treeeennn!

        Inmediatamente, se agitaban los andenes en abrazos de última hora, las portezuelas de los vagones se colapsaban, resbalaban hacia abajo las partes superiores de las ventanillas, por entonces practicables, permitiendo apenas que las cabezas y los brazos de los ocupantes de los compartimentos hicieran un último intento de quedarse; los que se quedaban, se arrimaban al tren empinándose sobre las punteras herradas de sus zapatos, para un último roce con las manos de los que se iban y un último “ponte el tapabocas, no vayas a resfriarte”.
Entonces, sonaba el silbato del Jefe de estación situado en la cabecera del tren, cuya “gorra-de-jefe-de-estación” competía en granates con los del banderín de órdenes plegado que levantaba sobre su cabeza para dar la salida.
Alertada por el silbato y por el banderín plegado, la chimenea de la locomotora lanzaba al aire un penacho blanco, algodonoso y redondoso, semejante a un anuncio de tormenta de agosto, renqueaba, chirriaban metálicas dispersiones y comenzaba ese tránsito de lentitudes misericordiosas en las que, los que se iban, empezaban a tomar conciencia de ingravidez, con aquel lento alejarse en el que se reducen y se diluyen los que se quedan; y los que se quedaban, aún se rebullían sobre los  andenes sin acabar de saber qué hacer con los minúsculos vacíos de su entorno.
        Entonces, los que se quedaban, antes de abandonar la ya inútil estación, miraban en su entorno con esa sensación de estupor que deja lo irremediable, tratando de encontrar en los objetos de siempre una razón en la que cimentar lo pasajero. Allí se quedaba el reloj, de repetida redondez, igual en todas las estaciones, los urinarios, como bellas casitas de enanos oliendo a urgencias; la cantina con el suelo lleno de desperdicios, la diáspora de viejos maleteros de camisola holgada, tirando a alivio de luto que eran como enterradores de equipajes en holganza; los vendedores de refrescos y tortas de aceite, improvisadamente en paro, se acomodaban en los bancos pegados a los muros, a la espera de otro tren en tránsito que les aliviara el misterioso peso de sus cestas tapadas con azucarados lienzos blancos perseguidos por moscas inmortales; y un ruido pertinaz y metálico, que chirriaba despedidas eternas, le ponía música de fondo a la eterna soledad de las estaciones.
        No sé por qué, ayer, en el Tanatorio, la estampa de las despedidas en las viejas estaciones se me asemejó a aquellas otras despedidas: las de los momentos previos a una muerte.
Cementerio de Jódar
       Los momentos previos a una despedida definitiva en la UVI de un hospital de ahora se asemejan bastante a los de las actuales estaciones de tren: ya no hay agonías propiamente dichas sino “sedaciones” con las que sobrellevar el peso del cuerpo lo mejor posible; como ya no hay maleteros-de compañía, sino soledad de maletas con ruedas. No hay Médicos de Cabecera haciendo el boca a boca del consuelo, sino rítmicos respiradores de sincrónicos avisos, como no hay Jefes de Estación levantando banderines plegados sino un ordenador infalible que da la salida sin equivocarse en un solo segundo ni espera de un viajero que se retrasa. Hablando de viajeros, nadie que no lo sea puede bajar a los andenes a enfrentarse con su tránsito, como nadie que no sea el moribundo puede quedarse en la UVI esperando con más o menos resignación –aunque sin dolor físico alguno- dar el salto sobre ese paisaje desconocido que es el otro lado de la muerte.
        Ya no se corren riesgos innecesarios de que uno de los que nos despide desde el andén con desespero, pueda caer a la vía en un mal paso, o arrojarse a los raíles que encarrilan la desesperanza del último suspiro de ese viajero sin retorno que tanto amamos.
Cementerio de Jodar
Ahora los viajes y la muerte han dejado de ser rito liberador y significante, para convertirse en obsolescencia programada sin concesiones a la tristeza humanamente anacrónica.
Ahora, cualquier viaje, hasta el último, es mucho más aséptico.
Y algo menos misericordioso.
Y algo menos dolorosamente humano.
Ahora, viajar y morirse no tiene mérito.
¿O sí?
*

        -¡Huuummmmm!
        -¿Qué, “DiosVerdadero”, llevo razón o no llevo razón?
        -Mujer, visto así…
        -¡De “mujer” nada de nada, eh! ¡“diosEsa” y bien “diosEsa”! Que mi trabajo me costó tener que humillarme ante Ti con lo que se le ocurrió al “Chaval” del “pedid y se os dará” para alzarte la diosería.
-Pero, mujer, -digo, “diosEsa” – que te va a dar un torozón.
-Pues que me dé. Así me moriré como una humana, sin pasar por “CuidadosPaliativos”. Y, un respeto, o el próximo viaje que hagamos a traernos a otro para que disfrute, lo hacemos en AVE en lugar de en “Ubicuimovil”.

En “CasaChina”. En un 11 del 11 del 2015


miércoles, 4 de noviembre de 2015

¿DA USTED SU PERMISO PARA HABLAR...?


108/2006
10/2015



¡Todavía me estoy acordando de la noche anterior a la muerte de Rocío Jurado! Y es que, desde que soy quien soy, me pasan unas cosas, y me piden unas gracias…Pero me pienso yo que lo de contarlo va a consolar a más de una criaturica de las que andan en dolerse delante de los que ya tienen la querencia de venirse para las alturas.

Sería a eso de las cinco de la mañana –hora terrestre- cuando escuché el zumbido de mi línea privada:

        -¿Da usted su permiso para hablar? –oí al otro lado del vacío.

        ¡Ay, Señor, que es ella!

        -Rocío, hija mía, -contesté dándome una palmada en mi casi-divina frente como si ella pudiera verme desde el otro lado del aparato-. Que en lo tuyo estaba yo pensando cuando he oído el timbrazo...

-¡Si, si…! Mucho timbrazo, pero aquí me tienes en un “ay” y sin saber cuándo me llega el butifuera[1]

-No lo tomes como una disculpa, pero, nena: es que hay tanto personal a tu alrededor, y donde no es a tu alrededor, pidiéndome que me espere...

        -¡Vamos a ver! ¿Yo estoy hablando con el Cielo o se han cruzado las líneas?

-Te lo creas o no, Roci, estás hablando con El Cielo, y conmigo…

-¡Pero si es la Gavi, mi Abogada! ¡Bendito sea Dios, lo que has prosperado! ¿Qué estás: de pasante del Altísimo? –Y sin darme tiempo a contestarle, ha seguido: Pues, mira, quiya, ya mismico se lo estás diciendo al Jefe; que llevo en lista de espera no sé cuántos días, desde que me eché a morirme, y que aquí nadie me da la vez. ¡Que esto no es lo que yo tenía hablado con su Madre en Chipiona...Y que estoy hasta el moño…y que, y que…!

        -¡Rocío! ¡Rocíiiiiiiio! ¿Quieres parar de chillar y dejarme que te expliqueeeeeeee?

        -¡Mira, niña, vete a donde te tengas que ir, y dile a Tu Jefe, o lo que sea, que ya está bien y que no me deis más largas que yo ya estoy cumplida!

        A Rocío, cuando se enfada, se le pone voz de copla. No había tenido necesidad de desperezarme para reconocer aquella voz. Era la de Rocío cantando por peteneras[2]. Y, como siempre, desde que nos conocimos de chiquitillas, sigue con esas maneras suyas tan llanas, tan campechanas y que tanto me irritaban ya entonces. Por eso no pude evitar un cierto desabrimiento en la respuesta:

        -Hay que ver, Rocío, la barraquera que te has pillado. ¿Es que tú, nunca vas a echar talento?

        -¡Venga ya, Gavi! No me salgas ahora con tus melindres, que no estoy de humor...

        Esta Rocío me saca de mis casillas.

        -¡De "Gavi", nada de nada, hermosa! ¡Un respeto! ¿O es que no te enteraste de que, mientras tú te hacías los "tablaos", yo andaba en alzarle el trono al Altísimo, hasta que lo conseguí...?

        -¡Anda, ésta! No, si tú, con tal de descollar, eras capaz hasta de montar a pelo en la jodi'a pollina del TíoComino, por mitad del pueblo, como un marimacho –ha dicho con un hilillo de voz envuelta en risas desalentadas pero inconfundibles. Luego, con una guasa irritante, ha seguido:

        –Y, si me lo permites, "Gavi" ¿cómo dices que se te apetece que te mienten ahora?

        Estaba por no contestarle como se merece, pero me he contenido; porque, según estaban las cosas, me azoraba meterla en más esperas. Así que, haciendo un esfuerzo, se lo he dicho:

        -Pues, así... entre nosotras... yo... yo me cambié de empleo... Yo, por pedir, empecé pidiendo ser Dios; pero Dios, sin negarme la gracia, me recortó sin miramientos las mayúsculas, por esa manía que tiene de no darte nunca lo que le pides, y me dejó en "dios". Y, cuando ya estaba yo tan conforme con mi nueva titulación, vinieron las feministas a armarme la de "Dios es Cristo" –de los auténticos- diciendo “que hay que ver…que si ése era nombre de macho..., que le estaba haciendo el juego a los de los huevillos…” y ya sabes tú: esas cosas; y una servidora, con tal de no oírlas, pues que cedí. ¡Buena que es una! Y, como te decía...

        -Nena, pero no te das cuenta de que no estoy para oírte tus cuentos de siempre... -La verdad es que su voz la tiene melindrosa y gastadilla, pensé, y seguí escuchándola-.  ¿Se puede saber quién lechugas eres desde que no nos hablamos?

        -Ser, lo que se dice, ser, Rocío, sigo siendo la misma, aunque con pluriempleo, y con más pliegues que cuando empezamos tú y yo a mocear. Pero, por aquello del protocolo, ahora... ¡me llaman "diosEsa"! –he disparado a escape abierto.

        - ¡Ja,ja,ja! ¡Ay, Señor; tú y tus briegas de siempre con tus afanes de sobresalir y con tus chuscos protocolos...! Pues, como tú digas, "diosEsa", ja,ja,ja...- Y como me figuro que te habrás hecho con los malditos poderes, pues... ¡a ejercerlos! Que el poder, si no se pavonea, no es nadie...

-¡El poder es mío, para que te enteres!

-El poder, nena, es de quien ejerce el cargo; no de quien no tiene cargo que echarse a la cartera, para que te enteres. Pero, a lo que íbamos: Que te decía yo que tengo para mí que se te ha pasado lo de llamarme a descansar, y que por aquí abajo estoy ya un poco de más. Vaya: que estoy caducada y para licenciarme y que quiero salir de la pelliza terrestre que se me está quedando consumida.

        Ahora sí que se había enfadado.

        -Yo, por mí, puedes venirte para arriba. Pero es que una, desde que hace faenas de "diosEsa", no sabe cómo contentar a todos. Si no recuerdo mal, tú ya tenías que estar aquí. Pero, hija, una sigue teniendo sentimientos y querencia por todo el mundo; y los de tu alrededor no hacen más que mandarme recaditos: "...que si no te la lleves todavía..., que si a ver si le haces un arreglo en el motor..., que si mira cuánto la necesitamos..., que si a ver si haces un milagro como está mandado...". Total, que no acababa de acomodarme a darte el toque de queda, ni ellos de tocarme el amor propio.

        -No, si yo te entiendo. Si a mí me pasa lo mismo.

-¿Y qué es lo que dices que te pasa?

-Pues que estoy ya deseando terminar con la tarea de vivir; pero que me tienen atada a este "sinvivir" con tantísimo duelo a mi alrededor. Por eso he aprovechado estas deshoras de la madrugada para poder hablar con las alturas tranquilamente sin sentirme agarrada por más lágrimas... Y, mira tú a quién he ido a encontrarme. Hija, perdona si te he sacado del sueño... aunque tu me dispensarás... que para algo hemos sido siempre amigas, así que...

        -¿Del sueño? ¡Qué sueño ni qué puñetas! ¡Pero, mira que sigues siendo ignorante, Rocío de mi vida! ¿Acaso no sabes que los dioses nunca duermen?

        -¿No?
        -¡No!
        -¡Hija, qué cansera! ¿Y se puede saber qué hacéis mientras los demás duermen?

        -Pues hacemos lo que hacéis los moribundos: llorar a solas para que nadie tenga que vernos el miedo.

        -¿No será que los dioses estáis más agonizantes que una servidora…? ‑Tengo que reconocer que eso me ha escocido; así que le he contestado como se merecía.

        -Di mejor que los agonizantes estáis rondándole a ser dioses, que no es lo mismo –he contestado, siguiéndole mal que me pese el guion al "EspírituSanto" de las narices que se empeña en meter interferencias en todas mis conversaciones.

        -Mira, quiya..., digo, “diosEsa”: vamos a no divagar y, ¡a lo nuestro! Que me toca la vez, y que la faena que me puso tu Predecesor la he rematado mal que bien y a mi manera, y que si sigo aquí es por no darles el disgusto a estos de mi alrededor, que si no fuera por ellos...

        -Pues, que sea lo que Dios –el Titular- quiera. ¡Hala, vente para arriba, que ya estamos necesitando por aquí renovar el coro!

        -¿Para arriba? ¿Pero, por dónde?

        -Pues hija, ¡por donde siempre! Por la primera rendija que veas entre la pena de los que te retienen.

        -¿Y no podrías mandarme un propio?

        -Tú, tan echada para adelante, pero como siempre, incapaz de dar un paso sola. ¡Está bien! Voy a echar  un vistazo, a ver si algún ángel libra esta noche de recoger criaturas de entre las pateras y los huidos de sus tierras...que, de unos años a esta parte, no tienen descanso los angelicos. Si me queda alguno, ten por seguro que te lo mando antes de que amanezca.

        -Y si no te queda ninguno ¿qué hago yo?

        -Pues tú, precisamente, tú, lo tienes fácil: saca las alas que te pusiste para la función de teatro de aquella NocheBuena en que nos conocimos; cuélgatelas a la espalda y muévelas. Lo demás, es sencillo, porque tú siempre tuviste más de ángel que de persona mismamente, y, a poco que abaniques plumas, alzas el vuelo.

        -¡Ay, qué cosas más bonicas dices siempre, Gavi... digo, diosEsa...! 
   -Venga, Chipionera, sin tratamientos y sin cobas a los que andan en lloriquearte a tu alrededor. Vente para arriba a descansar, que esta noche la armamos...

        -Pues, p'allá voy.

        Y ha cerrado los ojos terrestres mientras el cielo le abría los brazos de una gloria que ella ha hecho imperecedera.

        ¡Dónde se ha visto –pienso mientras nos echamos unas coplillas- a una "diosEsa" y a un Aprendiz-de-Ángel cantando a dos voces el "algo-se-me-fue-contigo"!


1/06/2006 (que suma 13)


[1] BUTIFUERA: fiesta de remate o terminación de faenas de cosecha en Sierra Mágina
[2] Dentro de los palos del flamenco, la petenera es una copla de muerte, por lo que, en Andalucía, los cantaores no quieren cantarla ni el personal escucharla. Es una de las más tristes que hay.