jueves, 6 de agosto de 2015

¡DANOS LA FE!




        -Que  el Jefe quiere verte –me dijo esta mañana “SamPedro” sin mayores miramientos.

No sé si ya he dicho que el “SamPedro” es uno de los personajes que más me inquietan en estos pagos por aquello de haber sido el primero de una dinastía en perpetua e imperecedera decadencia, y bien ganada a pulso. Y es que esta criatura se mueve por el Cielo con unos humos tales que como si fuera todavía un príncipe eclesial dispuesto a negar a quien lo nombró en menos que canta un gallo. Pero ésos son otros cantares que más vale no mentarle al “SantoMozuelo”, porque, en cuestiones de memoria histórica, tiene unos prontos de los que hay que guardarse.

De todas formas, no estoy yo por aguantarle pejigueras; así que, vista su irreverencia, no he podido por menos que hacerle patente mi actual dignidad de “diosEsa” reinante.
         -Vamos a ver si estamos a lo que estamos –le contesté con cierto mosqueo-. Ya va siendo hora de que te acostumbres a que el Jefe, ahora, soy yo.
         San Pedro, el pobre, es de pueblo como una servidora; y, por tanto, camastrón y lento de entendederas. Lo digo porque se me quedó mirando como quien ve visiones, y aún tardó un buen rato en arrancarse a hablar de nuevo. Pero cuando lo hizo fue como si se estuviera riendo de su sombra:
         -Querrás decir –decía con retintín- que eres ¡LA-JefA! ¿O es que ya se te ha olvidado el follón que tuvimos con tus colegas las feministas por culpa de tus descuidos de género?
         -¡Vale, vaaaleee…! Y, ¿se puede saber qué demonios quiere el Jefe?
         El muy redicho del “SamPedro” no pierde ocasión de dejarme en evidencia.
         -¿No crees que, para ser “diosEsa”, debieras cuidar un poco tus palabras? –Me contesto utilizando ese desesperante recurso de los gallegos que tanto me desazonaba ya con mi Legítimo, de responder a una pregunta con otra pregunta. Aunque, -y esto que quede entre nosotros-, algo de razón tenía; que estando como estamos en lugar sagrado, no debieran mentarse los demonios. Pero, en mi disculpa diré que, cuando hablo, aunque parezca otra cosa, lo hago sin malas intenciones.
         No es que tuviera muchas ganas de enfrentarme tan de mañana con las letanías del “MandaMás” destronado; y menos después de mandarme llamar con un “propio” en lugar de dirigirse a mí directamente y como Dios manda. (¡Vaya! Si es que está en todas partes). Pero una,  por muy arriba que haya subido, siempre ha tenido cierta querencia al servilismo frente a lo  divino. Así que, vista la orden disfrazada de inocente petición, me he atusado el pelo, me he puesto unos manguitos -más porque no se me vieran los pellejos de debajo de los brazos que por tapar desnudeces pudorosas- y me he alargado hasta el Ejido del Edén, que es donde gusta de pasar las horas muertas mi Ilustre y siempre-vivo Colega.
         -Vive Dios que tienes mala cara –le he dicho nada más verlo, asustada por la descomposición de su rostro.
         -¿De verdad vive Dios? –me ha contestado dejándome metida en desconciertos.
         -Pues… Tú dirás. Nadie mejor que Tú sabe de esas cosas. A fin de cuentas, yo soy una simple advenediza que, en mala hora, tuvo la humana ocurrencia de dar su particular golpe de estado.
         ¿Creéis que ha respondido? ¡Pues no! Hay que tener en cuenta que Dios, que desde lo del Chaval del “…ahora-me-veis-y-luego-no-me-veréis…etc.”, se guarda mucho de entrar al trapo de los divinos trabalenguas, ha ido directo al grano de lo que a Él le interesaba. Pero dándome un susto de muerte.
¡No os lo vais a creer!
Se ha puesto de rodillas delante de mí, me ha tomado las manos entre las suyas y, con voz implorante, me ha pedido:
         -¡Devuélveme la fe!
       -Pero, ¡qué dices! -He gritado acosada por un incontrolable pánico. ¿Tú, todo un Dios hecho y derecho, implorándome la fe a mí, diosEsa de medio pelo, Humana hasta decir basta, y más aficionada al ocultismo que al incienso…? ¡Mira, Dios: tomarle el pelo a tus criaturas no es propio de Ti! Así que déjate de bromas de mal gusto. ¿Vale? ¡Y, a pedirle la fe, a quien pueda dártela!
         -¡Anda ésta! Pero, criatura: ¿aún no te has enterado de que la fe es una gracia divina que debe ser otorgada y repartida por el dios que esté en funciones en cada momento?
         -¡Uy...! Pero, ¿esas funciones no las tenía delegadas el Espíritu Santo?
         -Pues mira, no, hija mía. El Espíritu Santo, en cuestiones de fe es un simple mandadero. Y si no te lo crees, pregúntaselo a los del Cenáculo. Así que... a lo que estábamos: ¡Devuélveme la fe!
         -¿La fe? ¿Quieres decir la fe en Dios o la fe en mí? Porque estarás conmigo en que esto de compartir funciones divinas empieza a ser un galimatías para el buen gobierno del Cielo. ¿O no?
         -¡Quién lo diría!  ¡Con lo bien preparada, y lo leída y lo escribida que parecías cuando te presentaste a reclamar el cargo! ¿Y ahora no eres capaz ni de saber cómo devolverme la fe…? ¡Pues, vaya!
         -Mira, Dios: no me gastes bromas pesadas. No me irás a decir que no crees en Ti; que no sabes si existes... ¡Que ni siquiera sabes si yo existo...!
         -¡No, hija, no!, –ha dicho con cierta impaciencia impropia de Él- La fe que te pido no es para creer en Dios; la que preciso verdaderamente es la necesaria para volver a creer en los hombres... ¿O es que hay alguien que pueda seguir creyendo en ellos con la que tienen liada ahí abajo?
         -¿Lo dices por lo de la última guerra de ahí a la derecha? –Le he preguntado, mientras un propio me pasaba a la firma la ficha de ingreso de los últimos soldados muertos en varias misiones de paz que tengo descontroladas por el mundo.
         -No, “diosEsa”, no. No seas borrica. Lo digo en general. Ya estoy harto de que a ti y a mí nos anden metiendo en líos de guerras santas, y de banderas-al-viento, de sotanas encapulladas lanzando diatribas de castidad perpetua y majadera, o de BomberosVoluntarios metiéndole fuego a mis mejores parcelas para hacerse el chalecito de fin de semana. ¿No te has dado cuenta de que todos nos mientan a ti y a Mi, y nos ponen por delante como si Nosotros mismos les hubiésemos dado “patente de corso” para embadurnar miserias con cirios y tapar pestazos con incienso?
-¡Qué me vas a contar, Dios! Si, desde que ejerzo de Tú, no hay día que no se me levante dolor de cabeza intentando rectificar y decir que eso que dicen que yo he dicho no lo dije nunca a pesar de lo que ellos digan…
-¡Ahí está! Con toda esa movida, no te extrañará que haya perdido la fe en todo el personal. Y, la verdad, hija mía: estarás conmigo en que la vida sin fe resulta un tanto mostrenca...
         -Pues, ya que lo dices, pudieras haberlo pensado antes ¿no crees?
         -¿Haber pensado qué?
         -Haber pensado en la majadería que fue ponerte a diseñar hombres libres. Haber pensado en negarles la fe cuando Tú estabas en activo..., haber pensado en...
         -¡Ya está bien! –Me ha atajado con sus peores modales- ¡Ya está bien! ¿O es que vamos a meternos también nosotros en tiquismiquis? Mira. Me pienso yo que en la Tierra se aprenden muy malas artes; porque eso que estás haciendo de sacar la interminable lista de agravios, como quien cambia cromos viejos, está bien para matrimonios en derribo; pero no para colegas divinos como tú y como Yo. ¿No te parece?
         Si hay algo que me fastidie de este “DiosVerdadero” es lo que siempre me ha fastidiado de todos los que son dioses desde la cuna. Es que nunca se apean de sus mayúsculas ni cuando caen en desgracia o pasan al retiro voluntario. ¡Qué vamos a hacerle! ¡Dios es así...!
         -Me vas a devolver la fe o no –he oído que me imploraba otra vez, ya más calmado, mientras yo seguía reflexionando en nuestra particular guerra de “Dios-dios-Ses”.
         -Oye, Dios –le he dicho en un arranque de mi habitual simpleza- ¿Qué necesidad tienes Tú, siendo quien eres, de creer en los hombres? ¿No crees que ya está bien de preocuparnos por esa partida de descreídos de ahí abajo, que no hacen otra cosa que renegar de Ti y de mí como si fuéramos unos apestados? ¿No te has dado cuenta de que se pasan la vida empeñados en tupirnos e ignorarnos?
-Pues ya que lo dices… Pero, hija: es que sin fe se vive en un sin-vivir. ¡Si tú hubieras visto la alegría que se me metió en el cuerpo cuando empecé con la tarea de la creación…! ¡Y para qué voy a contarte lo que disfruté cuando saqué del horno al Adán y a la Eva recién cociditos…! Estaban para comérselos. ¡Si yo hubiera sabido que me iban a salir como me salieron…!
-¿No lo sabías? –He interrogado mientras pensaba que este “DiosMío”, desde siempre anda diciendo y haciendo cosas muy raras, y habla de metérsele alegrías en el cuerpo como si tuviera cuerpo que alegrar.
-Pues, saberlo, saberlo, …lo sabía. Por algo soy Dios. Pero no iba Yo a privarme de ¡crear!, que es mi juego favorito, sólo porque una especie se me fuera a descarriar. ¡Pues anda que no me quedan juguetes distintos a los hombres! Lo que nunca hemos sabido los “DiosesVerdaderos” es hasta dónde podemos llegar a sufrir por culpa de nuestras obras.
-¡Hijo, pues te está bien empleado!
-¡De “hijo”, nada de nada! –Ha gritado perdiendo la compostura- ¿Es que nunca te vas a enterar de que soy “DiosPadre”? ¿Es que de donde tú vienes ya no hay maneras ni enseñanzas del protocolo y del tratamiento?
-¡Ea, cálmate, “DiosPadre”! , que te va a dar un torozón y luego me echarás a mí las culpas, como tenéis por costumbre los de tu divinidad.
-No, si Yo, en cuanto me devuelvas la fe en los hombres, me quedo a mis anchas. Así que ponte a la tarea, que para eso estás.
-Me pienso yo, Dios, que tampoco a mí me va quedando mucha fe en esos cerriles. ¿No debieran ser los hombres los que se afanaran un poco más en creer en nosotros? ¡Para algo somos nosotros los “Di-di-vinos”!  ¿O no...?
         -¡Ay, diosEsa, diosEsa!  ¡No tienes apaño! Vamos a dejar en paz a los hombres de una vez para que ellos, angelicos míos, puedan seguir descreyéndonos con sus guerras y con sus guarrerías.
         -¿Y nosotros, qué...?
-Pues... ya que lo preguntas... ¿Qué te parece si nosotros, que tenemos más Ángeles, más Santos, más tiempo que perder y, en definitiva, mejor infraestructura, nos ponemos a creer en los hombres como si de verdad existieran...?
-Mira, Dios: lo que me extraña es que dudes de la existencia de tu peor obra, y luego necesites creer en ella como un novio desairado. Así que tengo para mí que me estás tomando el pelo, que no me necesitas ni poco, ni mucho ni nada; porque, con esas ideas que te traes desde siempre, me pienso yo que poco tienes que hacer empeñándote en algo tan imposible como creer en quienes no creen en Ti. –Como notarán, aunque un poco lioso todo,  le he respetado las mayúsculas para ver si así terminaba con la pejiguera. Pero ¡ni por esas!
-Es que, -ha respondido con un cerril fanatismo- creer en los que creen en uno es un poco aburrido. ¿No crees?
-Pues mira, ¡No! ¡No creo!
-¡No crees!
-¡No!
-¡Te vas a condenar por incrédula, “diosEsa”!
-¡No creas! Mientras haya algún dios inexistente que crea en mí, aunque yo no crea en él ni por asomo, no creo que me condene. Es cuestión de que los dioses sigan creyendo que son hombres y los hombres jugando a ser dioses.
-¡Y en las mujeres! –he apostillado con insolencia.
-¿Ya estamos otra vez con la semántica feminista?
-Si Tú lo dices… Aunque, en cuestiones de hombres y mujeres,  yo estoy más cerca de mis coleguillas que de ti. A fin de cuentas, no fui yo quien utilizó materia prima de primera mano para hacer al Adán, y desechos de costillar de hombre para hacer a la Eva como quien echa mano de recortes de maternidad. Así que no te extrañe que ella quisiera “ventilárselo” a él con una indigestión de tus mejores manzanas para darte en las narices… Ya me dirás qué mujer en su sano juicio podía seguir teniendo fe en quien la trata de semejante manera.
-Ya veo que hoy estás más espesa que de costumbre. Porque no hay quien te entienda cuando hablas de fe y de esas cosas, hija mía. Será por eso por lo que creo en ti...
-¿Qué crees en mí? ¿Tú? ¿Todo un Dios en condiciones, a quien yo le he alzado el cargo sin miramientos, cree en mí? ¡Vamos, anda…!
-¡Pues sí! Por mucho que te cueste creerlo. Que en cuestiones de fe, por algo hay que empezar. Aunque sea creyendo en semejante acémila. Así que lo dicho: aunque no lo creas, ¡creo en ti!
-¿Ves? Esto va a acabar mejor de lo que yo creía.  De acuerdo, Dios. Así que crees en mí…. Pues vete un ratico a descansar y dame tiempo para asimilar todo esto.
-Pero ¿Y lo de mi fe?
-¿Tu fe…? “Tu fe te ha salvado”. ¿No lo estás viendo desde hace siglos?
-¡Plagiadora! –he oído a mi espalda nada más parafrasear al “Chaval” con lo de “tu fe te ha salvado”.
“Impostor” –he pensado yo por descuido antes de darme cuenta de que “ElJefe” siempre me adivina el pensamiento, como he podido comprobar por sus últimas palabras:
-¡Tú más!
¿A ver si va a llevar razón…?
 
Gaviola en Marineda. En un 11/11/2007.

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